Decía que su madre le cantaba desde su gestación, y por eso ya había nacido con la palabra y el ritmo: el sonido de la ropa en el agua, el refregar una y otra vez, el rasguido del cepillo en la orilla de los pocitos eran parte de su música cotidiana. Esa mujer bahiana que lo trajo al mundo fue quien sembró la semilla de ese músico inmenso que fue Hugo Cheché Santos, el compositor e intérprete que falleció el jueves 21 a los 77 años.
Una vez me contó que se acordaba cuando en las caminatas su mamá lo ponía con una tela en el pecho y lo miraba a la cara cantándole con una sonrisa, mientras caminaba con paso lento y latido fuerte sosteniendo el latón cargado de ropa. Cuando estaba angustiado, ese recuerdo lo llenaba de paz y le daban ganas de correr. Su madre lo crio sola, a costa de sus manos y su trabajo de lavandera. Muy distante de su vida; su padre era pescador y constructor de tambores.
Desde chico le gustaba entonar, jugar con las palmas y bailar con la radio. Nació en Belgrano, que hoy se conoce como el barrio Buceo de Montevideo. Según él, el barrio más musical del mundo. Gracias a la vida en ese barrio se hizo amigo de Eduardo Mateo y confirmó su vocación de músico, compositor, intérprete y percusionista para siempre. Con Mateo jugaban a tener una banda, y arrancaron con sus primeros “pininos cantores” a los nueve años escuchando y organizando bailes en su casa en Julio César 1658, al son de radios y latas. Juntos escribieron boleros como “Un poquito de cariño”. A los 15 crearon Bando do Orfeo, dedicado, no casualmente, a la música brasileña, y en el que homenajeaban a Demônios da Garoa.
Su padre también era integrante de Añoranzas Negras y el influjo del candombe fue vital para su vida. A los 14 años ya era bailarín de candombe en las emblemáticas Fiestas Negras del Prado, en las que se contactó con el tango y conoció a Panchito Nolé, que fue su gran maestro de canto. Cheché decía que el tango es el punto y coma. Esta receta la llevó al candombe, y de ahí surgió el sello indiscutido en su forma de cantar.
El proyecto musical Negrocan le permitió intercambiar ideas con Alfredo Zitarrosa y Daniel Viglietti –entre otros–, que quedaron para siempre en su forma de vivir y pensar la vida. Migró a Buenos Aires por múltiples razones, como la dictadura militar y los problemas económicos. En los 80 regresó a Montevideo, y trabajó como estibador en el puerto; una tarea esforzada y ruda en la que la población negra trabajaba y mucho, sobre todo en situaciones de alta precariedad. Ahí se encontró con muchos compañeros candomberos y nació Concierto Lubolo. Luego fue cantante de Conjunto Bantú por más de 15 años, y conoció gran parte de Europa.
A lo largo de su carrera participó en las comparsas Kimba, Morenada, Kanela y su Baracutanga, Cuareim y Yambo Kenia, y se destacó la creación, junto con su amigo Eduardo da Luz, de Estrellas Negras, un desafío con el que aprendió mucho. Uno de los grupos que lo hicieron más feliz fue Candombe, en el que combinó amigos, candombe, trabajo vocal y viajes.
Cheché, junto con Pedro Díaz, es el creador de “Zambullite”, una composición grabada por Celia Cruz, otra de las personas a las que Cheché admiraba muchísimo en su forma de cantar y en el carisma que tenía con el público. Admiraba a Pedro Ferreira y su forma de vivir a lo cubano en Uruguay, y la vida lo llevó a teatralizar su biografía en el Teatro de Verano. A Lágrima Ríos la recordaba especialmente por cómo podía interpretar tango y candombe, y apreciaba su lucha contra el racismo. Con Lágrima cantó en fiestas de la ciudad. Es que Cheché amaba la vida y ser feliz cada día, a pesar de las mil dificultades cotidianas que atraviesa un músico afrouruguayo en Uruguay. Fue reconocido como figura de oro del Carnaval y ciudadano ilustre de Montevideo. Pero, a pesar de esto, fue pobre toda la vida.
Hugo Santos le había ganado a la muerte dos veces en los últimos diez años, pero el jueves 21 de febrero fue la vencida. Con él se fue una versión única de la interpretación del candombe canción; se fueron una sonrisa y un abrazo fuerte y sentido. Pero cuando los tambores tocaron en la puerta de Martinelli, o cuando se le cantó en el cementerio, se lo sentía cerca. Yo lo imaginé abrazando a su amor, a sus amigos y amigas, pero, sobre todo, me imaginé el abrazo con su mamá.
“Mamá vieja” es una creación de Cheché para ella que, por extensión, homenajea a las mujeres negras que fundaron nuestro país.
Comienza a despuntar ya la alborada, / la mamá en la tina lava ya, / la ropa blanca queda con esmero, / que sus manos refriegan sin cesar. / Yo quisiera ayudarla, mas la escuela / que la mamá me manda sin faltar, / dice que aprenda todo lo que enseñan, / que el hombre con estudio sabe más. / Un día, mamá vieja, seré grande, / entonces dejarás tú de lavar. / Tu hijo será hombre de futuro, / camino ha de encontrar y triunfará.
A estos hombres indispensables para amar el mundo se les dice gracias. Yo lo conocí haciendo un documental de su propia historia y aprendí más de la mía. Así que gracias por triunfar con la muestra de tus actos, de tu amor a la humanidad a pesar de todo. Gracias por esa entrega en cada interpretación y por mostrarnos cuánto aún hay para reparar en nuestra historia. Gracias por unir mucho más allá.
Escribe: Leticia Rodríguez Taborda en La Diaria
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